Esta semana pasada tuve un pequeño susto con el coche y, éste, unido a las señales de la vida, los cambios de camino (aunque algunos se vean venir) reflexionados y otros semáforos amigos para advertirnos del peligro han hecho que vuelva a replantearme que no quiero atajos. No quiero facilidades, sólo quiero lo que me hace feliz, cantar y que no me coarten mi libertad.
Hay personas que se toman cada vez más de aquella distancia vital, aquella parcela que es nuestra y es nuestro derecho, si queremos, ofrecer pero sin sentirnos obligados.
En cambio que bien se está entre aquellos que respetan las distancias, aquellos con los que nos entendemos y hacen de nuestro camino un lugar más agradable avisando en los cambios, las rotondas… de que no hay que vivir con miedos porque aunque, a veces, las cosas nos sorprenden en la vida es mejor seguir confiando. De momento, aunque confiada, sigo con mi chaleco fosforito de alarma.
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